Como molaba ser innovador

Ser un innovador era de lo más exclusivo. Me gustaba serlo. En toda su extensión. Me encantaba conocer cosas nuevas a traves de blogs, twitter o encuentros, hibridar teorías y negocios, poner en marcha nuevas formas de hacer las cosas, transportar a mi trabajo diario cosas que antes no se habían hecho, compartirlas con compañeros de la vieja escuela que aportaban su punto de vista y, juntos, cambiar formas y modos que parecían inmutables.

Todo ello se servía con altas dosis de ficticia clandestinidad, reuniones paralelas, comidas furtivas, visitas fugaces. Todo formaba parte del decorado y del aliciente, de forma simultanea, cualquier cosa valía con tal de diferenciarse de la rutina y de la indiferencia de muchos que no creían en los cambios.

Pero se puso de moda hablar de Innovación.

Y toda la exclusividad se ha venido abajo. "Pero eso es mejor, por fin el mensaje ha llegado a todo el mundo", sois unos ingenuos. Muchos de esos nuevos innovadores lo hacen como rutina, sin sentirlo, sin quererlo. Es simplemente la nueva rutina a seguir para sobrevivir en las organizaciones, se les llena la boca hablando, pero hacer, lo que se dice hacer, hacen poco. Y mucho menos innovar.

Y por el camino nos han hecho perder esa clandestinidad, esas señas de identidad que nos hacían únicos. Todos tienen twitter, incluso blogs, pero no crean valor, tímidos retuiteos de los gurús y famosetes de turno y algún que otro artículo con sabor a 2007.

Estamos en 2015 y todo el mundo va a lo mismo, habla de lo mismo y aparenta hacer lo mismo. Pero tu y yo sabemos que, como decía Martes y 13 hace 25 años, "es lo mismo, pero no es igual". Simplemente se necesita encontrar la nueva manera de marcar la diferencia. Afortunadamente la busco, y buscar es la antesala del éxito.

Porque yo sigo queriendo innovar, sigo viviendo la innovación.




Nota: La foto la elegí de aquí.

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